Miles de recuerdos se agolparon en mi mente. Cómo una lluvia de ideas, de esas que te mandan en clase cuando eres pequeño. Recuerdos felices, de una infancia mágica, especial, a tu lado. Mi primera amiga, mi mejor amiga. Cumpleaños, comidas familiares, conversaciones telefónicas eternas. Tu pasión, que acabo siendo la mía. Y una pregunta, que después de casi cuatro años, sigue sin tener respuesta. ¿Por qué tú? Noches en vela, días en los que no consigo levantarme de la cama. Todo, absolutamente todo, me recuerda a ti. El día en que tu madre le explicaba a la pequeña de la casa, porqué Ana se llamaba así, cómo conseguiste que le pusieran mi nombre a tu hermana. El día en que tu tía, después de una de tus misas, se acercó a mí, y entre lágrimas me dijo que un día, cuando ibais juntas en el coche y tu hablabas conmigo por teléfono, le dijiste que yo era tu mejor amiga. Tu madre y la mía recordando batallitas y trastadas. Cada 20 de julio desfilando conmigo. Nuestras graduaciones, aunque fueron en colegios distintos, yo estuve en la tuya, y tu me acompañaste a la mía. Fotos, muchísimas fotos juntas. Fotos de los 4, mi hermano, tu hermana, tu y yo antes de que naciera Iria. Cuando mi hermano hacía rabiar a Ana. El día en que le dijiste a mi madre que querías estudiar también medicina, y mi madre te animaba a que lo hicieras. La vez que te llamé diciéndote que me cambiaría de colegio y tu te empeñaste en venirte conmigo, y después de dos años, y mucha insistencia, tanto tuya como mía y de mi madre lo conseguimos. Pero ese día no llegó. Todos los planes que teníamos juntas se fueron a la mierda. Porque aquel puto 12 de julio te fuiste, y contigo, un pedazo de mí. Aquel 13 de julio, por la noche, sólo había una estrella, en ese momento, supimos que estabas ahí, y que desde ahí arriba cuidarías de nosotros.
Te quiero Luisa.
Siempre en mí.
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